Las sustancias psicoactivas y la creación literaria tienen una fascinante relación de mutua estimulación; los paraísos artificiales se abren con los nombres escritos alucinantemente en los árboles.
Existe un añejo debate entre si el uso de drogas psicoactivas puede potenciar los alcances de un escritor, favoreciendo su prosa o su poesía, llevándolo a jardines alternativos de realidad donde puede fluir el Logos de forma cristalina (lengua crisálida), o si alterar los sentidos es siempre un embotamiento de la lucidez concienzuda y permanente de quien encuentra la claridad en la esencia inalterable de las cosas. La respuesta es sí.