Cuenta la leyenda que cuando el genial Miguel Ángel concluyó, en torno a 1515, una de sus obras maestras de la escultura, el Moisés, el artista consideró a la estatua tan realista que golpeó al coloso de marmol y le ordenó: "¡Habla!".
Los ingenieros de robótica japoneses no necesitarían decirle nada semejante a su última creación para demostrar su gran parecido a un ser humano real, porque esta, de hecho, ya tiene esa capacidad.